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40 años desde la gran inundación: Una marca eterna en el distrito

  • Foto del escritor: InfoLauquen
    InfoLauquen
  • 27 sept
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 28 sept

En el partido de Trenque Lauquen, que a mediados de la década de los 80 se mantenía siendo un pueblo de naturaleza sencilla, la mayoría de las calles que hoy transitamos aún eran de tierra, y el tráfico se reducía a una disminuida flota de vehículos utilitarios y algún auto particular. Los 33 mil habitantes de ese entonces eran una suma considerablemente menor a la actual, y gran parte de los vecinos habitaba los espaciados campos y parajes rurales aledaños, por lo que la existencia en la ciudad cabecera era mucho menos acelerada.

El dominio del asfalto alcanzaba la zona más céntrica del trazado urbano. Ese cuadrado gris y perfecto al que toda la vida los habitantes denominaron como “las cuatro plazas” debido a las plazas que delimitaban sus esquinas (Plaza Italia, Francia, G. Bretaña y España). Vivir allí en ese momento, significó un privilegio geográfico y sanitario. Un apacible lugar arbolado y con tanto verde que era un oasis urbano más en el polvo del desierto bonaerense.


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Con las precipitaciones récord de la época, las primeras noticias sobre la crecida del río V llegaron en 1984. Primero como una cuestión que ocupaba una parte pequeña y lejana en los diarios locales. No se prestó especial atención en la situación del flujo de agua proveniente de Córdoba hasta que por decisión política se decidió desviar los desagotes a la provincia de Buenos Aires. Los tentáculos plateados de la inundación y sus vaivenes asolaron los campos de varias localidades de la provincia en 1985. El Río Salado también se convirtió una amenaza para la provincia, por generar un conflicto tan grande que atropelló al balneario de Epecuén, tapando sus antiguas casas con el cauce del río hasta hacerlo desaparecer bajo un manto líquido y obligando a los consternados habitantes a evacuarse para siempre. Con ese fantasma en la cabeza, se recibían noticias de las crecidas en la provincia, entre desesperación e impotencia.


Publicación de La Opinión - Octubre 1985
Publicación de La Opinión - Octubre 1985

Los que se alertaron en primer lugar fueron los propietarios y productores rurales que vieron interrumpido su negocio, al ver que los campos de siembra y ganado habían mutado para convertirse en el hábitat de bagres, pejerreyes y dientudos que llegaron a las zonas para no irse nunca más. Pronto el agua comenzó a colmar los accesos a la ciudad mientras que las lluvias escurrían una masa acuática que pobló con violencia una parte del casco urbano. Los vecinos desesperados, protestaban a coro contra la intendencia de Arrastúa, que a su vez repetía dicha conducta ante las autoridades provinciales. Toda queja, corte de calle o llanto tenía como consecuencia una respuesta moderada con pedidos de paciencia, dejando filtrar un hilo de esperanza en alguna obra, en un arribo de ayuda, o en una fecha futura, buscando así comprar tiempo mientras las precipitaciones no cesaban y las nubes no paraban de maltratar a la región.


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A menudo, los vehículos desnivelados al ras del terreno lucían derrotados por el colchón de aguas turbias en los accesos a la ciudad, donde los cielos oscuros se proyectaban en el piso líquido refractando el paisaje tormentoso. En medio de ese bucle infernal, los habitantes buscaban continuar con sus vidas. Las calles Oro, Vignau, Uruguay y Paredes, vieron sus casas invadidas por las manchas de humedad. Las viviendas, modestas pero de fachadas muy cuidadas y jardines prolijos que se volvieron pequeños pantanos urbanos.


Publicación en La Opinión- Abril de 1986
Publicación en La Opinión- Abril de 1986

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 Algún habitante describe la catástrofe como un “Sálvese quien pueda” en el que los propietarios barrían el agua hacia los campos vecinos. Las localidades delimitaban y rompían bloqueos que generaban conflicto entre pueblos, y los vínculos sociales se estresaron hasta el punto más cercano al quiebre. Otros eligen recordar el servicio comunitario de cientos de voluntarios, en principio espontáneo. Los vecinos atravesaron sus puertas para cooperar destapando los desagües, y retirando los objetos arrastrados hasta ellos con la fuerza de las lluvias. Luego sucedió algo más organizado, el municipio anunció sus operativos en el diario local, que daba lugar en sus tapas para la organización comunitaria. Las armas eran palas, bolsas, camiones y el número de voluntades dispuestas para los zanjeos, alteos y tapones.



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En el 13 y 14 de mayo de 1986, con el cauce del Río V acosando la frontera del pueblo, y el agua de las lluvias que protagonizaba el paisaje de las calle, los vecinos cansados de reclamar sin respuesta suficiente, decidieron realizar una obra sin precedentes en la comunidad. 6000 hombres y mujeres participaron en la concreción de un canal situado en el noreste de la ciudad con el fin de contener el hipotético avance de las aguas que ocupaban los extensos campos de “El Hinojo”. “El canal de la pala ancha”, de 2.300 metros de largo y 2 metros de hondo, comulgó a toda la comunidad transversalmente y por ello habita en la memoria de los testigos como un recuerdo de genuino arraigo. Una hilera interminable de palas y brazos donde ya no cabían ni resentimientos, ni divisiones, ni clases sociales, ni jerarquías. Durante un instante se hizo a un lado la tristeza para obrar con todas las fuerzas contra el avance del agua.


Canal de la Pala ancha- Mayo de 1986
Canal de la Pala ancha- Mayo de 1986

La inundación fue menguando poco a poco y la ciudad logró sobreponerse antes que la gigantesca cantidad de agua chocara de lleno a los habitantes, aún así, "El canal de la pala ancha" evitó que se desbordaran los ánimos de un pueblo desesperado e inconforme con cada estrato del sistema político en la naciente democracia. Un pueblo del desierto que acostumbraba a rezar por la venida de las lluvias y su fertilidad, que no había tenido nunca una defensa contra las inundaciones, se vio obligado a adaptarse y capitalizar la experiencia.


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La inundación de los años 80 persiste como un episodio bisagra para comprender al trenquelauquenche, hubo más inundaciones, como la del 2001, que castigaron de igual manera a los productores de la zona, pero para los habitantes más longevos, “La inundación” es una. La de las bolsas y palas, la que cambió la cultura del distrito para siempre. Y es un señalador fijo en la línea de tiempo del lugar, citado en conversaciones y anécdotas.



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